Esta luz
cenital de los atardeceres
arranca
cierto impulso a la leve transparencia
del preciso
verbo y su intención afirmativa.
El cristalino espejo de la
infancia
protege los
senderos de esta canción perenne,
y aplasta falsos
ídolos de barro.
Entretejida de anhelos avanza otra
nube de cristal
en el tapiz
de un cielo azulísimo,
como aquellos ojos que la lluvia
borró un día
junto a la pura rebeldía de la
noche cerrada.