Esos colores de la calle que se duermen
bajo el cielo herido del atardecer,
las antenas de metal raquítico,
aquel contorno oscuro
de los edificios más altos
amenazantemente fríos,
a través de la ventana me recuerdan a ti
que estás parado de repente
en una esquina
donde has perdido seis trozos de esperanza,
cuatro kilos de vida, dos meses de alquiler
y aún sonríes al otoño, a ti
que apuras en terrazas contiguas
la exhalación de tu violín gastado.