30/9/10

Fernando Vallejo

27/9/10

Valor Poético (Hölderlin)


¿No estás ligado a todos los vivos?

¿No te nutre la Parca en su propio
beneficio? Ve, atraviesa la vida
sin armas, pues nada debe atemorizarte.

Bendice cuanto te sucede,
sé propenso a la alegría. ¿Qué podría
ofender tu corazón? ¿Qué impide
que sigas marchando en tu camino?

Pues desde que la poesía brotó de humanos labios
propagando la paz,
desde el día en que nuestro canto
benéfico en el dolor y la alegría,
regocija el corazón de los hombres

también a nosotros, poetas del pueblo,
nos gusta mezclarnos con lo viviente,
con el amistoso gentío; felices, amigos de todos.
abiertos a cada uno. Tal
nuestro antepaso, el dios Sol

a ricos y pobres da su gozosa luz
y, mientras el tiempo huye, nos ayuda,
efímeros como somos, a seguir en pie
con su andador dorado, así como nosotros
guiamos los pasos infantiles.

Y cuando llega la hora, es esperado
recibido por oleaje púrpura. Entonces,
sabiendo que todo es pasajero,
va declinando, con ánimo invariable

¡Qué así perezca nuestra alegría
cuando suene la hora y el espíritu triunfe;
que así se hunda en la grave plenitud de la vida,
y tenga tan hermosa muerta!


“Hölderlin, con fidelidad admirable no fue sino aquello a que su destino le llamaba: un poeta. Pero ahí nadie le ha superado en su país, ni en otro país cualquiera”.

Luis Cernuda

25/9/10

un poema de Jaime Gil de Biedma

CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación -y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
-seguro de gustar- es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!


JAIME GIL DE BIEDMA, Las personas del verbo, Seix Barral, Barcelona, 1982, pp. 145-146.


"un orden de vivir, es la sabiduría"