Mi abuelo escondía su zurda
entre los pliegues de la costumbre.
La escuela le torció los dedos,
y aprendió a obedecer con la derecha.
Yo nací con la misma inclinación,
pero me enseñaron a rectificar.
Durante años escribí con otra mano,
como si mi cuerpo no supiera lo que era.
Hoy, en formas nuevas,
cuando nadie me dice cómo hacerlo,
la zurda vuelve, como un animal
que recupera su camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario