23/5/10
De Luis Alberto de Cuenca
de mi vida, pactando con terribles mujeres
que alimentan su miedo y los cubren de hijos
para tenerlos cerca, controlados e inermes.
Cuando pienso en los viejos amigos que se fueron
al país de la muerte, sin viaje de vuelta,
sólo porque buscaron el placer en los cuerpos
y el olvido en las drogas que alivian la tristeza.
Cuando pienso en los viejos amigos que, en el fondo
del mar de la memoria, me ofrecieron un día
la extraña sensación de no sentirme solo
y la complicidad de una franca sonrisa…
SOBRE UNA CARTA DE JOHN KEATS
Un dios por quien jurar. El buen tiempo (supongo).
La salud. Muchos libros. Un paisaje de Friedrich.
La mente en paz. Tu cuerpo desnudo en la terraza.
Un macizo de lilas donde rezar a Flora.
Dos o tres enemigos y dos o tres amigos.
Todo eso junto es la felicidad.
Luis Alberto de Cuenca
17/5/10
Hugo Mujica
Hay quienes en medio de la vida la perciben apresuradamente, y son los improvisadores; pero hay también quienes necesitan distanciarse de ella para verla más y mejor, y son los contempladores. El presente es demasiado brusco, no pocas veces lleno de incongruencia irónica, y conviene distanciarse de él para comprender su sorpresa y reiteración.
Entre los otros y tú, entre el amor y tú, entre la vida y tú, está la soledad. Mas esa soledad que de todo te separa, no te apena. ¿Por qué habría de apenarte? Cuenta hecha con todo, con la tierra, con la tradición, con los hombres, a ninguno debes tanto como a la soledad. poco o mucho, lo que tú seas, a ella se lo debes.
De niño, cuando a la noche veías el cielo, cuyas estrellas semejaban miradas amigas llenando la oscuridad de misteriosa simparía; la vastedad de los espacios no te arredraba, sino al contrario, te suspendía en embeleso confiado. Allá entre las constelaciones brillaba la tuya, clara como el agua, luciente como el carbón que es el diamante: la constelación de la soledad, invisible para tantos, evidente y benéfica para algunos, entre los cuales has tenido la suerte de encontrarte."
Luis Cernuda
15/5/10
nota milagrosa de Nick Cave
C Am
Up those stone steps I climb
Dm G
Hail this joyful day's return
C Am
Into it's great shadowed vault I go
G# Gm F
Hail the Pentecostal morn...
The reading is from Luke 24
Where Christ returns to his loved ones
I look at the stone apostles
Think that it's alright for some
And I wish that I was made of stone
So that I would not have to see
A beauty impossible to define
A beauty impossible to believe
A beauty impossible to endure
The blood imparted in little sips
The smell of you still on my hands
As I bring the cup up to my lips
No God up in the sky
No devil beneath the sea
Could do the job that you did, baby
Of bringing me to my knees
Outside I sit on the stone steps
With nothing much to do
Forlorn and exhausted, baby
By the absence of you
5/5/10
LEOPARDI ÍNTIMO
RECANATI, AGOSTO DE 1829
(Homenaje a Giacomo Leopardi)
Van pasando los meses muy despacio.
Hace ya casi un año regresé
-contra mi voluntad, porque no tuve
otro remedio, desgraciadamente-
a la casa paterna, y cada día
es una eternidad: no avanza el tiempo
cuando no hay esperanza y respiramos
en el dolor y el tedio. Tal vez nunca
vuelva a salir de aquí. Ni mi menguada
bolsa ni las miserias indecibles
que padece mi cuerpo -por no hablar
de la constante oposición que muestran
los míos a que parta- me consienten
pensar e nuevo en irme. Quedó lejos
el mundo: aquellos días de Florencia,
de Pisa, en que creí ser para siempre
un hombre libre al fin. Entre los muros
de este viejo palacio ineludible
me debato en la agunstia, maldiciendo
el aciago destino que se opone
a todos mis afanes. Nada tengo,
pues me es ajeno cuanto me rodea
en este pueblo infame en el que nadie
quiso nunca -ni pudo- comprenderme.
Tan sólo la solícita presencia
de mi querida hermana -que acaso
igual a mí en desdichas- me procura
desagravio y refugio, algún consuelo
en esta soledad. Mas no es bastante.
Soy un muerto que alienta. Sí, la vida
dura en verdad bien poco. Es un fulgor
muy intenso que cesa de repente
cuando acaban los años juveniles.
Después, en apariencia, el existir
prosigue. Pero no, no es ya la vida
lo que está sucediéndonos, y somos
en esa nada póstumos testigos
de un simulacro triste. Nos quedamos
entonces sin presente y sin futuro;
todo lo que acontece nos remite
al pasado, a la antigua llamarada.
Mi juventud se fue. Canta el verano
inútilmente en torno a mi dolor.
Un día más de agosto que termina.
Ha caído la noche. Desde el cielo
mira la compasiva luna llena.
Sobre el hondo silencio de los campos
tiembla la luz de las constelaciones.
A mi memoria acuden las imágenes
del ayer. El recuerdo me depara
la extraña flor de la melancolía.
23 DE OCTUBRE DE 1820
El vacío del presente es más doloroso en la juventud que en cualquier otra edad. Las ilusiones son en el joven más vivas, y por eso las esperanzas pueden satisfacerle con mayor facilidad. Pero el ardor juvenil no soporta el vacío absoluto del presente; no le satisface vivir tan sólo en el futuro, sino que necesita aplicar sus energías. La monotonía y la inactividad presentes le causan gran pesar que le agobia con el peso de un hastío mayor que en cualquier otra edad. Pero la costumbre alivia todos los males y el hombre, con el largo uso, puede acostumbrarse al hastío absoluto y perfecto y llegar a encontrarlo menos abrumador que al principio. Yo he hecho la experiencia; el hastío me desesperaba al principio y luego creció en vez de disminuir, pero la costumbre me lo hizo menos terrible y más soportable. Mi capacidad para soportar el hastío es tan grande que puedo calificarla de heroica. Hay ejemplos de presos que han llegado a encariñarse con la vida de reclusión.
27 DE DICIEMBRE DE 1820
Las pocas ocasiones en que hallé motivos de alegría o tuve una pequeña suerte, en vez de expresarlas, casi por impulso natural me mostré melancólico, aunque interiormente me sentía contento. Es que aquella pequeña alegría, plácida y escondida, temía turbarla, alterarla, malgastarla y perderla al darla a conocer.
Y ponía mi pequeña felicidad bajo la custodia de la melancolía.
6 DE FEBRERO DE 1821
Al verse excluidos de la vida, los desesperados tratan al menos de vivir en los demás, no precisamente por amor a ellos, ni tampoco por amor a sí mismos, sino porque aun habiendo perdido la verdadera vida, les queda la vida que deben ocupar en algo y que de alguna manera desean sentir.
24 DE NOVIEMBRE DE 1821
El estado de desesperación resignada es el último paso del hombre sensible, el sepulcro final de su sensibilidad, de sus placeres y de sus penas. Es mortal para la sensibilidad y para la poesía – en todos los sentidos y dimensiones de este término -, si bien la desventura y su sentimiento actual parecen y son lo más mortal para la poesía. Sin embargo, puede suceder que una grave y nueva desventura origine en el hombre algún nuevo sentimiento. Este instante, para quien se encuentra en tal estado, es el más conveniente que podría esperar jamás para expresar y dar fuerza a sus conceptos, para vigorizar su poesía y dotar de elocuencia a sus pensamientos y de fecundidad a la fantasía y a su corazón, ya estériles por culpa de una desventura temporal o continua que deprime todas las facultades del alma. El nuevo dolor, en tales ocasiones, es como punta de fuego que estimula los sentidos y enciende otra vez la vida en los cuerpos embotados. El corazón da señales de vida y vuelve por un momento a sentirse a sí mismo, ya que la esencia y lo antipoético de la desesperación resignada consiste precisamente en no tener dolores ni sufrirlos.
Pero estos efectos débilmente poéticos y lánguidamente vivos son pasajeros, casi diría momentáneos, porque ese hombre, pese a la magnitud de la nueva desgracia recae muy pronto en un estado letárgico de resignación. Por eso ha de poetizar en el mismo momento de su desventura; de lo contrario, no será ni se sentirá poeta y elocuente. Al atemperarse el sentimiento de la desventura actual con la costumbre natural de sufrir, tolerar, ahogar, adormecer y sacudir el dolor, de aquellas dos cualidades o disposiciones, se llega a formar un estado suficientemente adapatado a las emociones sentimentales y a la poesía.
Una insólita causa de alegría suscitaría también iguales efectos y acaso mucho mayores, más elocuentes y más íntimamente poéticos.
30 DE NOVIEMBRE DE 1828
Memorias de mi vida. No ha habido para mí momento más feliz que cuando escribía versos; fueron las mejores horas de mi vida y quisiera extenderlas hasta mi muerte. Los días pasaban sin darme cuenta, las horas me parecían brevísimas y a menudo me asombraba yo mismo de la facilidad con que huían.
1er DOMINGO DE ADVIENTO DE 1828
Al hombre sensible y dotado de gran imaginación, que viva como yo he vivido mucho tiempo, sintiendo continuamente y fantaseando, el mundo y los objetos le parecen en cierto modo dobles. Verá con los ojos una torre, una campiña, y oirá con los oídos el tañido de una campana; pero al mismo tiempo, con la imaginación, verá otra torre, otra campiña, y oirá otro tañido. En este segundo orden de objetos se encuentra todo lo bello de las cosas.
Triste, muy triste es la vida (y lo es la común y ordinaria) que no ve, no oye y no siente sino únicamente los objetos simples, aquellos de los cuales los ojos, los oídos y los demás órganos reciben simples sensaciones.
1 DE DICIEMBRE DE 1828
Memorias de mi vida. Al llegar a Roma, la necesidad de convivir con los hombres, la necesidad de volcarme hacia afuera, de obrar, de vivir exteriormente, me hizo estúpido y torpe, y me mató interiormente. Me encontré extraordinariamente inhábil para la acción y la vida interior, y no por eso más apto para la vida exterior. Me sentía incapaz de conciliar la una con la otra; tan incapaz que juzgaba imposible tal unión. Creía que los demás hombres conocidos como aptos para la vida exterior, no tenían más vida interior que la que yo sentía y que la mayoría nunca la habían sentido. La sola experiencia propia me ha desengañado. Tal estado fue para mí acaso el más penoso y más mortificante que he sentido jamás. Porque, al convertirme en inepto interior y exteriormente, perdí en absoluto toda consideración por mí mismo, toda esperanza de llegar a ser algo en el mundo y de dejar algún fruto de mi vida.
RECANATI, 2 DE DICIEMBRE DE 1828
MEMORIAS de mi vida. Siempre me dolerán las palabras de mi buena amiga dona Olimpia, cuando me reprendía cuando me pasaba los días de mi juventud en casa, sin ver a nadie. Me decía: “¡Qué juventud! ¡Qué manera de malograr los años juveniles!” Yo también veía, sentía íntima y perfectamente el valor y la razón de aquellas palabras. Sin embargo, creo que no existe un joven, cualquiera que sea su modo de vivir, que al pensar en su propia manera de pasar los años, no haya de decirse a sí mismo estas mismas palabras.
31 DE MAYO DE 1829
PARA el manual de filosofía práctica. Así como los placeres no producen deleite si no tienen una finalidad fuera de sí mismos – como digo en otra parte-, así la vida no nos satisface si no tiene una finalidad absoluta, por muy llena de placeres que aparezca. Esta finalidad puede ser la gloria literaria, la riqueza, una dignidad, una carrera en fin.
Yo no he concebido jamás cómo pueden gozar, cómo pueden vivir los despreocupados y manirrotos que ya maduros o viejos pasan de placer a placer, entre juegos y banalidades, sin haberse propuesto jamás una finalidad a la cual tender habitualmente. ¿Cómo pueden gozar aquellos que jamás se han dicho: “¿Para qué sirve la vida?” No he podido imaginarme nunca la vida que llevan, ni la muerte que les espera.
GIACOMO LEOPARDI (Recanati, 1789 – Nápoles, 1837)
29/4/10
"Los que leen poesía la necesitan como drogadictos"
ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS - Madrid - 29/04/2010
Francisco Brines (Valencia, 1932) se convirtió ayer en el XIX Premio Reina Sofía de Poesía, el más prestigioso entre los poetas iberoamericanos. El escritor se había dejado el móvil -acribillado por llamadas desde primera hora de la tarde- en Madrid y esperaba sentado, inalterable, con la misma calma reflexiva de sus versos, en la habitación de un hotel de Segovia para ofrecer un recital. "Leeré poemas de todas las épocas, algunos inéditos también", explicaba poco antes de la lectura. "Y haré algunas observaciones, porque la poesía educa nuestra sensibilidad y nuestra tolerancia".
"Cuando estamos pletóricos, no creamos; escribimos cuando no vivimos"
"Compongo poemas en el coche. Son muy cortos, porque es peligroso"
"La muerte siempre ha estado en mi obra, por mi amor a la vida"
"El poeta joven está cómodo con el poeta viejo y viceversa"
Enseguida queda claro que Brines es un pozo inagotable cuando se trata de hablar de su oficio, que es su vida. "La poesía nos enseña que no buscamos lo que somos", explica un autor que ha centrado su obra en el sentimiento de pérdida. "Pero no como algo negativo", advierte, "sino como una fuente de conocimiento y de amor".
"El lector de poesía no se busca a sí mismo sino que busca la verdad del otro", continúa. "Y esa es la verdadera tolerancia: que un creyente lea un poema agnóstico y se emocione de la misma manera que un agnóstico lee a san Juan de la Cruz crea o no en la mística. Gracias a la poesía, a su lectura intensa y verdadera, vivimos y sentimos vidas que de otra manera no podríamos vivir. Gracias a la poesía, siendo adolescentes podemos entender la vejez e incluso podemos volver a sentir el amor cuando ya no estamos enamorados. Es su milagro". Y su misterio, cabría añadir. Un misterio que para Brines difícilmente alcanza la novela, "que siempre tiene otras lecturas, lineales o invisibles". "Lo misterioso de la poesía es que tú la escribes pero tú no la eliges. Se apodera de ti. No sabes lo que vas a decir, sin embargo, sin saber lo que vas a decir pones o tachas. Es algo muy extraño, pero ocurre así".
El escritor asegura que desde su primer libro (Las brasas, premio Adonais en 1959) no ha dejado de escribir sobre lo mismo, porque el hombre, para él, es tiempo. Una coherencia que sitúa su obra, enmarcada en la generación de los 50, en un plano elegiaco que no siempre resulta idóneo para vencer el desafío de escribir. En 1987 escribió en otro de sus libros fundamentales, El otoño de las rosas: "Vives ya en la estación del tiempo rezagado: / lo has llamado el otoño de las rosas. / Aspíralas y enciéndete. Y escucha, / cuando el cielo se apague, el silencio del mundo".
Francisco Brines vive en un pueblo de Valencia. Allí escribe, solo. "Aunque también, y aunque parezca extraño y absurdo, escribo poemas en el coche. Poemas muy cortos, porque es peligroso".
"Cuando estamos pletóricos no escribimos", añade. "Escribimos cuando no vivimos. No queda otra, es una necesidad. No soy un poeta muy estimulado, desgraciadamente soy tacaño y sólo escribo cuando no hay más remedio. Pero cuando lo hago me siento muy pleno, muy realizado. Y además me sorprendo, porque me ayuda a encontrarme, soy yo, sin ninguna necesidad de dibujar un autorretrato".
"Siempre escribo sobre las mismas cosas pero no es lo mismo la nostalgia de un niño que la de un viejo. Desafortunadamente ya tengo poco del niño que fui, pero lo importante es la vida y sólo somos conscientes de ese don cuando nos lo quitan. Por eso la muerte siempre ha estado en mi obra, por mi amor a la vida". El escritor recuerda entonces el libro que recoge todos sus poemarios, Ensayo de una despedida, y justifica el título: "Me despido de una vida que no hemos realizado, ¿no es esa la grandeza del hombre y la del amor? ¿No nos hace afortunados el dolor de la pérdida?".
Entre los premios más importantes que ha recibido hasta ahora están el de las Letras Valencianas, el Nacional de Poesía y el Premio Nacional de las Letras Españolas. La poesía ocupa sus viajes (la semana pasada en el Museo de Oteiza en Pamplona, ayer en las jornadas de poesía de Caja Segovia y la próxima, en Oviedo) y sus amistades. "Los poetas solemos ser amigos, sin importarnos la diferencia de edad. El poeta joven está cómodo con el poeta viejo, y al revés. Por eso vivimos de cerca los cambios generacionales y por eso conocemos qué ocurre en la poesía. En España, además, siempre aparecen voces nuevas y uno se encuentra revistas de poesía en los lugares más insólitos. Y eso que la poesía tiene poca conversación. En ninguna sobremesa se habla de poesía, sólo de chismes de poesía. La poesía nos alimenta por dentro, en silencio, porque los que leen poesía la necesitan como unos drogadictos. Y por eso son lectores tan agradecidos, tan reales. Y eso es algo que nos une a todos los que la leemos".
Miembro de la generación del 50, Brines empezó su andadura junto a José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Ángel González o Claudio Rodríguez. "Muchos de ellos viven aunque no le hemos vuelto a ver. Todos estamos en el mismo camino, con los presentes y con los ausentes".
"Brines es un clásico vivo"
Fernando Ortiz / SEVILLA | Actualizado 29.04.2010Brines es, asimismo, un poeta mediterráneo. Pues nació en 1932 en Oliva, Valencia, un pueblecito cercano al mar. Es miembro de la misma familia que otros dos grandes poetas: Constantino Cavafis y Luis Cernuda . Y quizás hayan sido tales poetas, junto con Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, quienes mejor le enseñaron a desvelar su propio mundo. Cavafis y Cernuda por ser quienes mejor expresaron en la poesía moderna la experiencia homoerótica. Mas, ante todo, por haber dado, a la par que Antonio Machado, una especial intensidad a la emoción del paso del tiempo, que Brines comparte con ellos. ¿Y Juan Ramón? Desde él hasta Brines pocos han descrito con tanta viveza y matices las horas de la tarde y de la noche junto al mar. Brines, en su percepción del paisaje, le debe mucho a Juan Ramón. Quien configura asimismo, en la poesía de nuestra lengua, la expresión de la infancia como época anterior a la pérdida de la inocencia.
En la poesía de Brines hay mucho amor a la vida, a pesar de la aceptación de su fragilidad y fracaso. Así, al cantarla como un bien que ha de ser necesariamente perdido, este cántico se convierte en lamento. Para el autor, el vivir consiste en una sucesión de pérdidas, en un empobrecimiento sin pausa que termina un día en la desposesión total. Sus versos están publicados en la editorial Tusquets con el título de Poesía completa (1960-1997).
Sí, Francisco Brines es un clásico vivo y uno de los pocos maestros de mi generación indiscutidos. Muchos somos los que hemos abusado de su sabiduría y de su paciencia. Y él siempre ha tenido para nosotros la palabra exacta y serena, la observación sagaz, mas nunca hiriente, sobre esos versos primerizos que le mostrábamos ilusionados, pero que estaban necesitados de corrección. A él acudí dos veces en demanda de ayuda y las dos fue generoso conmigo. La primera vez fue cuando prologó mi primer libro de versos. La segunda y reciente, cuando escribió un texto sobre Vieja amiga, mi poesía completa para el homenaje que, por toda una vida dedicada a la poesía, me tributó el Centro Andaluz de las Letras. La entrega de este Premio me brinda la ocasión para reconocer otra vez más su alto magisterio y su generosidad.