Hace poco he descubierto una frase impresionante en una selección de pensamientos de Sainte-Beuve, un famoso crítico francés del siglo XIX, titulada Mis venenos. Dice así: "Al ver a personas famosas que, entorpecidas por la edad, se equivocan, se pierden en disgresiones y realizan acciones locas o viles, pienso que la juventud, aun en su imprudencia y en su impaciencia, es más honesta y sabia. Es sobre todo en la segunda parte de la vida cuando nos hacemos frívolos y perdemos la dirección correcta."
Se trata de la afirmación que más me ha impactado en estos últimos tiempos. Yo tenía la costumbre de subrayar los fragmentos que me gustaban, pero he observado que en ese libro, que leí por primera vez hace veinte años, no había ninguna línea subrayada, lo que me hace suponer que en aquel momento no me impresionó la frase. Sin embargo ahora, después de haber atravesado el umbral de los cuarenta, veo perfectamente la malicia que subyace en esa afirmación.
¿En qué consiste el respeto debido a los ancianos? Según Sainte-Beuve, en la deferencia que jóvenes honrados e inteligentes están obligados a tributar a personas frívolas e incapaces de distinguir los valores correctos. En nuestra época, quedaron casi completamente abandonados los armoniosos sentimientos de devoto respeto que en un tiempo existían entre el maestro y el discípulo, y entre los jóvenes y los ancianos, siendo cada vez mayores las profundas divergencias entre ellos.
Una terrible característica de la vida es el hecho de que nada puede garantizarnos la madurez y la evolución. Aunque acumulemos una gran cantidad de conocimientos, ellos no le darán necesariamente seguridad y estabilidad a nuestra existencia. Tengo la impresión de que el concepto de respeto por los ancianos es más firme cuanto menor es la diferencia de edades. Es hermoso ver que por fortuna en el mundo del deporte se mantiene una rigurosa deferencia hacia los compañeros mayores, incluso hacia los que tienen sólo un áño más.
En las artes marciales, sobre todo, basta un pequeño olvido del código de comportamiento frente a los mayores para que se corra el riesgo de recibir duros castigos, como sucedía en otro tiempo. La norma que impone el respeto a la edad se asienta, por tanto, en el temor; pero es una norma que en la sociedad moderna ha asumido un carácter ficticio. Ahora los ancianos no se limitan a exigir respeto, sino que han aprendido el método para dominar con habilidad a los jóvenes adulándoles y reprimiéndoles con astucia. A su vez, los jóvenes, intuyendo esta táctica, han aprendido a mostrar deferencia hacia los ancianos por simples motivos de conveniencia social y de interés personal.
El concepto de que debe tributarse respeto a los ancianos es típico de las sociedades agrícolas. En la agricultura sólo tiene valor la experiencia: únicamente acumulando experiencia durante meses y años es posible comprender las leyes que rigen los cambios del clima, la abundancia o la escasez de las cosechas, el momento más oportuno para la plantación y todos los otros fenómenos que parecen irregulares e inescrutables. De ahí que deban transcurris muchos años, esto es, es necesario envejecer para que al fin tales fenómenos se transformen ante nuestros ojos en leyes eternas y nos sea posible acumular experiencias y obtener de ellas resultados técnicos.
Por eso los jóvenes aprendieron a escuchar las palabras de los ancianos y a respetarlos, haciéndose reverentes hacia una jerarquía establecida por la edad.
Pero en la sociedad moderna es imposible que los ancianos sean omniscientes y los jóvenes ignorantes. Es más probable que los ancianos sepan más que los jóvenes sólo en lo que se refiere a los chismes sobre el mundo que transmite la televisión.
Vivimos en una sociedad en la que la comunicación de masas adquiere una importancia cada vez mayor; podría suceder que a los ancianos les correspondiera el deber de recibir, pasivos, las informaciones transmitidas mientras que, paralelamente, los jóvenes irían progresando cada vez más en la tecnología, ampliando sus dominios; así, las nociones acumuladas por los ancianos se irían haciendo poco a poco más anticuadas hasta perder finalmente su valor informativo. Será muy difícil mantener el respeto por los ancianos en una sociedad de ese tipo.
Se trata de la afirmación que más me ha impactado en estos últimos tiempos. Yo tenía la costumbre de subrayar los fragmentos que me gustaban, pero he observado que en ese libro, que leí por primera vez hace veinte años, no había ninguna línea subrayada, lo que me hace suponer que en aquel momento no me impresionó la frase. Sin embargo ahora, después de haber atravesado el umbral de los cuarenta, veo perfectamente la malicia que subyace en esa afirmación.
¿En qué consiste el respeto debido a los ancianos? Según Sainte-Beuve, en la deferencia que jóvenes honrados e inteligentes están obligados a tributar a personas frívolas e incapaces de distinguir los valores correctos. En nuestra época, quedaron casi completamente abandonados los armoniosos sentimientos de devoto respeto que en un tiempo existían entre el maestro y el discípulo, y entre los jóvenes y los ancianos, siendo cada vez mayores las profundas divergencias entre ellos.
Una terrible característica de la vida es el hecho de que nada puede garantizarnos la madurez y la evolución. Aunque acumulemos una gran cantidad de conocimientos, ellos no le darán necesariamente seguridad y estabilidad a nuestra existencia. Tengo la impresión de que el concepto de respeto por los ancianos es más firme cuanto menor es la diferencia de edades. Es hermoso ver que por fortuna en el mundo del deporte se mantiene una rigurosa deferencia hacia los compañeros mayores, incluso hacia los que tienen sólo un áño más.
En las artes marciales, sobre todo, basta un pequeño olvido del código de comportamiento frente a los mayores para que se corra el riesgo de recibir duros castigos, como sucedía en otro tiempo. La norma que impone el respeto a la edad se asienta, por tanto, en el temor; pero es una norma que en la sociedad moderna ha asumido un carácter ficticio. Ahora los ancianos no se limitan a exigir respeto, sino que han aprendido el método para dominar con habilidad a los jóvenes adulándoles y reprimiéndoles con astucia. A su vez, los jóvenes, intuyendo esta táctica, han aprendido a mostrar deferencia hacia los ancianos por simples motivos de conveniencia social y de interés personal.
El concepto de que debe tributarse respeto a los ancianos es típico de las sociedades agrícolas. En la agricultura sólo tiene valor la experiencia: únicamente acumulando experiencia durante meses y años es posible comprender las leyes que rigen los cambios del clima, la abundancia o la escasez de las cosechas, el momento más oportuno para la plantación y todos los otros fenómenos que parecen irregulares e inescrutables. De ahí que deban transcurris muchos años, esto es, es necesario envejecer para que al fin tales fenómenos se transformen ante nuestros ojos en leyes eternas y nos sea posible acumular experiencias y obtener de ellas resultados técnicos.
Por eso los jóvenes aprendieron a escuchar las palabras de los ancianos y a respetarlos, haciéndose reverentes hacia una jerarquía establecida por la edad.
Pero en la sociedad moderna es imposible que los ancianos sean omniscientes y los jóvenes ignorantes. Es más probable que los ancianos sepan más que los jóvenes sólo en lo que se refiere a los chismes sobre el mundo que transmite la televisión.
Vivimos en una sociedad en la que la comunicación de masas adquiere una importancia cada vez mayor; podría suceder que a los ancianos les correspondiera el deber de recibir, pasivos, las informaciones transmitidas mientras que, paralelamente, los jóvenes irían progresando cada vez más en la tecnología, ampliando sus dominios; así, las nociones acumuladas por los ancianos se irían haciendo poco a poco más anticuadas hasta perder finalmente su valor informativo. Será muy difícil mantener el respeto por los ancianos en una sociedad de ese tipo.
Yukio Mishima
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